La Nueva España – Asturianos

VERO ENCONTRÓ POR FIN SU PAN DE CADA DÍA

"Esto es lo que me pedía el cuerpo desde niña, estoy feliz"

ASTURIANOS EN SANTO ADRIANO: Verónica López JULIÁN RUS

Verónica López del Prado, obrador de pan artesano sin gluten. Verónica, de 44 años, montó hace seis meses una de las tres empresas agroalimentarias que hay en el centro de El Sabil –también hay una quesería en proyecto–. El obrador Verna no tiene mostrador, vende por internet un pan artesano sin gluten de muy alta calidad y ya está consiguiendo clientes por toda España, la mayoría de ellos celiacos.

Verónica López del Prado, de 44 años, y su pareja Nacho García, de 47, se instalaron hace pocos meses en Santo Adriano procedentes de Madrid. Ella regenta en el centro de empresas de El Sabil un obrador llamado Verna, dedicado a hornear pan artesano sin gluten, apto para celíacos, que sólo vende por internet y con el que está empezando a captar muchos clientes entre las personas que sufren esta dolencia digestiva. No es la única empresa agroalimentaria de El Sabil, donde también está «La flor del agua», que hace mermeladas con rosas comestibles cultivadas en su granja ecológica, y la hidromiel «Zángana». Vero, que llevaba varios años haciendo pan en casa y que ahora está enviándolo en cuidados embalajes a clientes de toda España, buscaba un cambio de vida. Entre las razones que la llevaron a instalarse en Santo Adriano –un concejo rural en pleno centro de Asturias y, pese a ello, muy tocado por el despoblamiento– hay una digna de tener en cuenta por lo representantes políticos y otros responsables del reto demográfico: de todos los correos que envió a distintos ayuntamientos, el de Santo Adriano fue el único que le respondió y, además, ofreciéndole un lugar donde instalar su proyecto. Vero y Nacho dicen que están felices. Que lo cuente ella:

“Nacho es de Getafe y yo me crié en Morata de Tajuña, que para la comunidad de Madrid se podría considerar un pueblo (7.000 habitantes). De hecho, los rebaños pasaban por delante de la casa en la que me crié. El abuelo tenía huerto. Había mucha vega, sigue habiéndola, y mucha costumbre de tener un terreno y de cultivarlo. Pero mi abuelo nunca me dejó hacer nada en el huerto. Yo le pregunté en una ocasión, le dije que quería aprender. Pero me dijo que para qué iba a ir al huerto a emporcarme, como decía él”.

“Estudié Filosofía y abandoné, luego me hice una formación profesional y saqué la titulación de Técnico en Gestión Turística y me tiré trabajando como agente de viajes pues casi 20 años. Cuando estudiaba Filosofía en la Complutense eran dos horas y pico de ida y otro tanto de vuelta. Entraba a las 8:30, cuando tenía la primera asignatura, y y tenía que salir a las seis menos cuarto de mi casa para coger el autobús. Luego los touroperadores en los que trabajé también estaban en su mayoría en el centro y tres cuartos de lo mismo”.

“Lo de cambiar de vida era algo que me acompañaba. Desde luego, en la ciudad no me sentía realizada. Iba a trabajar a Madrid; lo hacía y, ojo, tampoco sufría, pero no sé, es como si tuviese aquí un collar, un peso en el cuello y que fuera a rastras, con los hombros caídos. Qué podía significar que el martes estuviera ya pensando qué ruta iba a hacer el fin de semana o planificando qué vacaciones iba a tener en qué montaña. Ya me decían mis padres que yo de pequeña, cuando veía mucha gente, me ponía a llorar. No era la situación, por decirlo de alguna manera, natural en la que yo quería estar. No era natural para mí ir a trabajar a una urbe, estar ahí como sardinas en lata en un metro, subir unas escaleras y observar que todos, y me voy a incluir, porque yo también lo hice, subíamos las escaleras mirando al suelo. No me parecía que aquello fuera natural”.

“Así que la idea de marcharnos de Madrid llevaba tiempo forjándose en ambos. Habíamos sido parcheando. Llegamos a comprarnos una casa fuera de la Comunidad de Madrid, en Toledo, para ir a Madrid a trabajar. Era como buscar el momento de desconexión, pero el viaje diario nos lo pegábamos. Pero la semilla estaba germinando. Estaba creciendo el sentimiento de cambio, de necesidad de cambio. Y el covid me permitió dedicarme a full al proyecto. A mí me gustaba mucho hacer pan y lo estaba haciendo desde hacía mucho tiempo para mí y ya lo hacía para más gente, amén de las celebraciones que hubiera en casa. Pues ya está, cuando llegó el covid me dije: vamos a ponernos las pilas, vamos a formarnos más y mejor”.

“Para mí era fundamental que el obrador fuera en una zona rural, Nacho miró por mí y me dijo que íbamos donde yo quisiera. Él, que era instalador de telecomunicaciones, también dejó su trabajo. A día de hoy es un orgullo poder decir que he podido hornear desde el primer día que abrimos. Y más aún cuando es un obrador online. Lo primero que horneamos fue para celebraciones de amigos y luego, en Madrid, se empezó a hacer un grupo bastante homogéneo de gente que venía a mí través de un centro de osteopatía que recomendaba, para tratar algunas de las patologías, que abandonaran el gluten. Luego también tenemos clientes en el valle que van hablando unos con otros y que nos compran. En Proaza, en Santo Adriano, alguno de Trubia… Yo no he cobrado todavía un sueldo entero desde que hemos abierto, pero he cubierto gastos y estoy horneando, me están conociendo, y hoy mismo, por ejemplo, ya salido un paquete que me pidió una muchacha en Sevilla. ¡Y yo no tengo a nadie conocido en Sevilla! Y también enviamos a Girona, a Barcelona, a Cádiz… Es maravilloso”.

“Yo solamente hago pan bajo pedido, no tengo aquí mostrador ni quiero tenerlo. No quiero hacer más que lo que se me pida. No quiero que se me echen a perder hogazas.Estamos horneando cuatro tipos de pan distintos y lo único que tenemos de repostería es unas pastas unas pastas que hemos llamado Xanadrinas, en homenaje al concejo. La mayoría de los clientes cortocircuita cuando les dices que le vas a enviar el pan por correo y les pones después una nota diciéndoles que aunque no llegara al día siguiente, porque el repartidor haya tenido lo que fuera, les va a durar fresco una semana. Esa es la diferencia fundamental. Está hecho con harinas integrales, ecológicas, ha estado fermentando un día entero… Claro, te dura porque estás utilizando una materia prima muy buena”.

“La verdad es que ahora pasamos mogollón de horas en el obrador y cuando salimos a sacar al perro, un paseo por la Senda, una vuelta al pueblo para sacar a ‘Tristán’, con eso ya recargo energía para el día siguiente. Me gustaría tener más horas libres pero ahora estoy horneando, viendo cómo hacer para que me conozca más gente. Me encantaría tener un horario un poquito más tal… Pero llegará el equilibrio, tiempo para conocer más Asturias y a los vecinos del pueblo. Es que no hay más ciego que el que no quiere ver. Si esto es lo que me pedía el cuerpo prácticamente desde que era una enana. Yo lloraba en las fiestas, lloraba en los cumpleaños porque yo no quería mucha gente. Somos muy felices aquí”.

Publicado por Eduardo Lagar en La Nueva España el 13-02-2023

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

This site uses User Verification plugin to reduce spam. See how your comment data is processed.
Carrito de compra